lunes, 23 de enero de 2012

Respuesta a Carlos Peña de Ignacio Walker

Señor Director:

Desconozco las experiencias traumáticas que haya podido tener Carlos Peña con la Iglesia Católica (¿un liberal estudiando Derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile? ¿alguna otra circunstancia de su vida que desconocemos?). Lo cierto es que su columna (“Larraín y Walker: el respingo conservador”) sobre el acuerdo que suscribiéramos las directivas de RN y la DC (“Hacia un Nuevo Régimen Político en Chile”), deja entrever un sesgo que obnubila al escritor agudo, racional, y certero, hasta el punto de la ofuscación.
Dime cuál es tú fe religiosa (católica) y dime cuales son tus apellidos (Larraín y Walker) y te diré quien eres. Tal pareciera ser el subtexto del exabrupto de nuestro columnista. De ese determinismo fluye todo lo demás. De dos personas católicas (el documento….”parece escrito por la Conferencia Episcopal”) y con esos apellidos (“no cabe duda que se sienten cómodos uno al lado del otro, comparten el mismo habitus y sentido de clase”), no puede sino esperarse una “sensibilidad conservadora” y un “sentido aristocratizante”.
Da lo mismo que se trate de un documento suscrito por dos directivas de dos partidos, uno de gobierno (RN) y otro de oposición (DC); es decir, un documento institucional. El título de la columna no alude a RN y a la DC sino que a “Larraín y Walker”. Ya con eso se insinúa el sesgo del autor, y sus motivaciones mas inconfesadas. De esa fe católica y de esos apellidos no puede sino esperarse un “respingo conservador”.

El columnista desconoce setenta años de historia, de una democracia cristiana surgida precisamente de las entrañas del viejo partido conservador, en un acto de ruptura radical, doloroso, definitivo. Desconoce la bifurcación que se produce, desde Maritain y Mounier (¿los habrá leído?), entre, por un lado, un catolicismo conservador e integrista y, por otro, un catolicismo democrático y pluralista, que se expresa en un intento por reconciliar la tradición cristiana con el mundo moderno, democrático y secular. Tal es la síntesis que se expresa en la democracia cristiana.
Nada de eso importa. El documento en sí mismo no tiene “casi ninguna” importancia, más bien debe verse como “testimonio de una sensibilidad conservadora”.
Permítaseme una nota personal. ¿Puede ser considerado conservador a quién, como yo, ingresó a los 24 años como abogado de la Vicaría de la Solidaridad, en la Iglesia Católica, bajo el liderazgo del Cardenal Raúl Silva Henríquez, en la defensa de los derechos humanos? Seguramente esa institución es anatema para nuestro columnista. ¿Puede ser conservadora una persona que fue co-autor, junto a Mariana Aylwin, de la Ley de Divorcio, lo que nos costó diez años de descalificaciones por parte del catolicismo conservador? ¿Puede ser conservadora una persona que, como muy pocos y hasta el punto de la majadería, ha insistido en la necesidad de una coalición de centro-izquierda (Concertación), basada en la convergencia entre la democracia cristiana y el socialismo democrático, y muy en particular de la DC y el PS, en la hora presente, en oposición a un gobierno de derecha?
Seguramente, ninguno de estos antecedentes históricos y políticos puedan llegar a conmover a nuestro columnista que, con la sola referencia a mi fe religiosa (católica) y a mi apellido (Walker), deduce la impronta conservadora de cualquier acción. El haber firmado el documento sobre reforma política con Larraín, debe ser la prueba final de este conservadurismo cultural y aristocratizante.
Finalmente, hay una contradicción de la que tiene que hacerse cargo nuestro columnista, porque no se aviene con el intelectual liberal y racionalista que es. Señala que nuestra crítica (que califica de “vaticana”) al presidencialismo actual, es a partir del debilitamiento de la institución presidencial, en la era de Piñera, de lo que podría deducirse que apuntamos a fortalecer el presidencialismo. Sin embargo, nuestra propuesta es exactamente la opuesta: buscar un mayor equilibrio entre el ejecutivo y el legislativo sobre la base de la existencia de un Presidente de la República, como Jefe de Estado, y un Primer Ministro, como Jefe de Gobierno. ¿En qué quedamos, queremos debilitar o fortalecer la autoridad presidencial –una mentalidad “conservadora” tendría que apuntar a fortalecer “el resorte principal de la máquina”, para usar la vieja definición de Portales sobre la autoridad presidencial. Nuestro documento propone lo contrario, no en una dirección de “debilitamiento” de la autoridad presidencial, sino de mayor equilibrio entre el ejecutivo y el legislativo, como existe en todas las democracias más avanzadas del mundo.
En fin, son demasiadas las contradicciones como para explayarnos más en el asunto. Tiendo a pensar que las obsesiones de Carlos Peña con la Iglesia Católica y los apellidos, más que con la racionalidad moderna, a la usanza de Max Weber, tienen que ver con los fenómenos del subconsciente, a la usanza de Sigmund Freud.
Ignacio Walker
Senador