Stitchkin Branover, David: “Clase inaugural del año académico 1961: El entierro del Conde de
Orgaz”. Universidad de Concepción, Secretaría General, p. 11.
... Lo decía yo -en una oportunidad- a raíz del Encuentro Internacional de Escritores (o de escritores americanos), mediante la conjunción de tres postulados que dan como resultante el desarrollo libre del espíritu, y son –en primer término-, honestidad en la proposición. En segundo lugar, dignidad en la expresión, y en tercer término, respeto en la convivencia
¿Qué significa honestidad en la proposición?:
Que cada uno de ustedes –hoy, mañana y siempre-, cuando sostenga un principio, cuando siente n una premisa; tiene que ser honesto en lo que dice, tiene que ser honesto en lo que propone; honestidad que no es fácil de conseguir. Porque, hay mil espejos en la vida que distorsionan nuestro pensamiento, hay un maleficio general que nos rodea constantemente y que nos induce a confundir nuestros intereses con los intereses, nuestras pretensiones con lo que es justo, nuestras ambiciones con lo que conviene. Y, para ser honesto en la proposición, hay que separar cuidadosamente –cuidadosamente- lo que nos conviene, lo que nos interesa; de aquello que realmente conviene o interesa a la comunidad. Y si se habla en bien de ella– ¡o se pretende que se habla en bien de ella!- no hablemos en función de nosotros.
Este desglose no es tarea fácil y requiere una firme disciplina y una constante vigilia.
Dignidad en la expresión.
Se puede sostener cualquier tesis honestamente -¡honestamente!, esa era la primera premisa- pero al sostenerla, hay que emplear expresiones dignas; para no herir ni ofender a nadie.
Que la dignidad en la expresión no es sino una forma específica de esa gracia genérica que se llama “la cortesía”, y que según decía un poeta, la cortesía es la sal de Dios. Y la derramó abundantemente en un varón preclaro (yo no sé si ustedes saben que Francisco de Asís fue un hombre de una cortesía exquisita, para con sus semejantes y para con los animales; y para con las flores y para con las estrellas).
No tomen esto de la cortesía como una flor de segunda importancia.
Modesta es en su expresión, nadie para mucha atención en ella; pero ocurre como lo que sucede con esas florecillas de la playa: son pequeñísimas, casi invisibles; y cuando ustedes las quieren arrancar tienen raíces extensas y profundas.
Así ocurre con la cortesía, es una flor pequeñísima, casi invisible. ¡Pero cuidado! La cortesía es el florecimiento de la cultura, el hombre cortés -¡cuando lo es de veras!-, cuando no es una cortesía formal sino una cortesía consustancial al alma, al espíritu, al modo de ser; es el fruto feliz de una cultura, el progreso de la humanidad se vive a diario a través de las fórmulas de cortesía: el día que éstas desaparezcan digan ustedes que comienza la regresión de la especie humana.
Y la tercera premisa, o la tercera proposición, es lo que llamamos respeto en la convivencia.
Respeto en la convivencia…podemos nosotros sostener honestamente una proposición y además con cortesía, con dignidad; pero no basta. Es menester, además, respeto profundo -¡profundo, íntimo, sentido!- hacia la personalidad de los demás: “Yo creo esto”, lo sostengo, lo expongo; pero en el fondo de mi alma sé que mi intelecto es imperfecto y que es imposible que yo posea la verdad total , apenas –como he dicho otras veces- apenas, y muy feliz, si logro un atisbo de ella. Y los demás, también tienen su atisbo de verdad.
Yo puedo tratar de convencer respecto de una premisa, respecto de una idea, respecto de una proposición; jamás imponer. Pero, si se están ustedes a las sagradas escrituras, Dios mismo…Dios mismo habría entregado al hombre la libertad del querer salvarse o perderse, y si Dios, con fe-¡Dios!-, no quiso atentar contra la voluntad del ser que había creado, ¿cómo podríamos nosotros pretender -¡nosotros!- imponer nuestro personal punto de vista, por la fuerza, a los demás miembros de la raza humana?
Huid…huid cuidadosamente el juicio ligero, que atenta contra el respeto a la convivencia. Esto requiere gran disciplina también -constante, permanente-.
Cuidado con juzgar ligeramente porque ligeramente seréis juzgados vosotros, y sobre todo, evitad el juicio severo para con los demás: tened un poco de amor para con los demás, un poco de caridad para con los demás. Uniendo estos elementos –y manteniendo sobre vosotros una vigilia permanente y atenta - lograréis formar en vuestra conciencia y en vuestra personalidad, este respeto en la convivencia indispensable para que florezca el milagro de la auténtica y sana convivencia.
¿Bastaría esto? No, no bastaría…no bastaría. Decía yo: “huid del juicio ligero”, “no juzguéis así” (por la superficie o por las apariencia), “entrad en conocimiento de las cosas” y después emitid vuestro juicio.
Conocer… y conocer, ¡y conocer!, es amar.
Y no se extrañen ustedes: en tal sentido, en tal acepción; está empleada la palabra “conocer” en la biblia. Y conocer, en la biblia, es el acto de trato carnal de un hombre y una mujer: porque para conocer, hay que amar; y amar es conocer. Por consiguiente, todo lo que os he dicho debe tener como base una actitud de conocimiento, una actitud de amor, hacia las cosas y hacia los demás que os rodean. De esa manera podrán ustedes -no sólo formar parte de esta familia, que es la Universidad de Concepción- sino que podrán contribuir a que la familia humana viva de mejor manera.
Y así…así, tienen ustedes una pequeña, una modestísima fórmula que yo quería entregarles esta noche en esta lección inaugural.
Y como regalo –como regalo de bienvenida a mis jóvenes estudiantes del primer año- quiero dejarles esta noche, un pensamiento. Un pensamiento árabe: al Conde de Orgaz –de ser cierta la leyenda- le habría encantado que yo remate mi clase inaugural con un pensamiento árabe. Un pensamiento árabe que está grávido de incitación, está grávido de normas de conducta y que cada uno de vosotros podrá manejar en la soledad de su conciencia.
Este pensamiento lo olvidarán ustedes mañana. Se harán -y deben hacerse- (son jóvenes y deben ser a veces), comentarios graciosos en torno a él. Pero pasarán los años, y cada uno de vosotros tendrá un momento en la vida de alegría o de tristeza en que –así es la vida-, de pronto… de pronto, harán –queriéndolo o no- un balance de su conducta; ¡esto llega siempre! Y en ese momento -en ese momento, no ahora- reflorecerá este simple pensamiento que puede ser para ustedes –y lo será-, el que alumbre el camino, guía que oriente y espejo –y espejo- que ustedes tendrán siempre frente a sí y, que al hacer el balance que me refiero, devolverá a ustedes la imagen –no de la máscara- sino del verdadero rostro de ustedes.
Y entonces sabrán, al mirarse en el espejo de este pensamiento, si han llevado la conducta adecuada, la conducta que conviene a los hombres o no.
Y el pensamiento dice así: “Cuando nace el niño, lanza su primer llanto y todos los que le rodean se miran gozosos y sonríen. Procura conducir tu vida de tal modo que al morir, tú puedas sonreír mientras los demás lloran”.
Muchas gracias.
(Enviado a DC Penaflor por el camarada Jorge Coopman Jorge)
¿Qué significa honestidad en la proposición?:
Que cada uno de ustedes –hoy, mañana y siempre-, cuando sostenga un principio, cuando siente n una premisa; tiene que ser honesto en lo que dice, tiene que ser honesto en lo que propone; honestidad que no es fácil de conseguir. Porque, hay mil espejos en la vida que distorsionan nuestro pensamiento, hay un maleficio general que nos rodea constantemente y que nos induce a confundir nuestros intereses con los intereses, nuestras pretensiones con lo que es justo, nuestras ambiciones con lo que conviene. Y, para ser honesto en la proposición, hay que separar cuidadosamente –cuidadosamente- lo que nos conviene, lo que nos interesa; de aquello que realmente conviene o interesa a la comunidad. Y si se habla en bien de ella– ¡o se pretende que se habla en bien de ella!- no hablemos en función de nosotros.
Este desglose no es tarea fácil y requiere una firme disciplina y una constante vigilia.
Dignidad en la expresión.
Se puede sostener cualquier tesis honestamente -¡honestamente!, esa era la primera premisa- pero al sostenerla, hay que emplear expresiones dignas; para no herir ni ofender a nadie.
Que la dignidad en la expresión no es sino una forma específica de esa gracia genérica que se llama “la cortesía”, y que según decía un poeta, la cortesía es la sal de Dios. Y la derramó abundantemente en un varón preclaro (yo no sé si ustedes saben que Francisco de Asís fue un hombre de una cortesía exquisita, para con sus semejantes y para con los animales; y para con las flores y para con las estrellas).
No tomen esto de la cortesía como una flor de segunda importancia.
Modesta es en su expresión, nadie para mucha atención en ella; pero ocurre como lo que sucede con esas florecillas de la playa: son pequeñísimas, casi invisibles; y cuando ustedes las quieren arrancar tienen raíces extensas y profundas.
Así ocurre con la cortesía, es una flor pequeñísima, casi invisible. ¡Pero cuidado! La cortesía es el florecimiento de la cultura, el hombre cortés -¡cuando lo es de veras!-, cuando no es una cortesía formal sino una cortesía consustancial al alma, al espíritu, al modo de ser; es el fruto feliz de una cultura, el progreso de la humanidad se vive a diario a través de las fórmulas de cortesía: el día que éstas desaparezcan digan ustedes que comienza la regresión de la especie humana.
Y la tercera premisa, o la tercera proposición, es lo que llamamos respeto en la convivencia.
Respeto en la convivencia…podemos nosotros sostener honestamente una proposición y además con cortesía, con dignidad; pero no basta. Es menester, además, respeto profundo -¡profundo, íntimo, sentido!- hacia la personalidad de los demás: “Yo creo esto”, lo sostengo, lo expongo; pero en el fondo de mi alma sé que mi intelecto es imperfecto y que es imposible que yo posea la verdad total , apenas –como he dicho otras veces- apenas, y muy feliz, si logro un atisbo de ella. Y los demás, también tienen su atisbo de verdad.
Yo puedo tratar de convencer respecto de una premisa, respecto de una idea, respecto de una proposición; jamás imponer. Pero, si se están ustedes a las sagradas escrituras, Dios mismo…Dios mismo habría entregado al hombre la libertad del querer salvarse o perderse, y si Dios, con fe-¡Dios!-, no quiso atentar contra la voluntad del ser que había creado, ¿cómo podríamos nosotros pretender -¡nosotros!- imponer nuestro personal punto de vista, por la fuerza, a los demás miembros de la raza humana?
Huid…huid cuidadosamente el juicio ligero, que atenta contra el respeto a la convivencia. Esto requiere gran disciplina también -constante, permanente-.
Cuidado con juzgar ligeramente porque ligeramente seréis juzgados vosotros, y sobre todo, evitad el juicio severo para con los demás: tened un poco de amor para con los demás, un poco de caridad para con los demás. Uniendo estos elementos –y manteniendo sobre vosotros una vigilia permanente y atenta - lograréis formar en vuestra conciencia y en vuestra personalidad, este respeto en la convivencia indispensable para que florezca el milagro de la auténtica y sana convivencia.
¿Bastaría esto? No, no bastaría…no bastaría. Decía yo: “huid del juicio ligero”, “no juzguéis así” (por la superficie o por las apariencia), “entrad en conocimiento de las cosas” y después emitid vuestro juicio.
Conocer… y conocer, ¡y conocer!, es amar.
Y no se extrañen ustedes: en tal sentido, en tal acepción; está empleada la palabra “conocer” en la biblia. Y conocer, en la biblia, es el acto de trato carnal de un hombre y una mujer: porque para conocer, hay que amar; y amar es conocer. Por consiguiente, todo lo que os he dicho debe tener como base una actitud de conocimiento, una actitud de amor, hacia las cosas y hacia los demás que os rodean. De esa manera podrán ustedes -no sólo formar parte de esta familia, que es la Universidad de Concepción- sino que podrán contribuir a que la familia humana viva de mejor manera.
Y así…así, tienen ustedes una pequeña, una modestísima fórmula que yo quería entregarles esta noche en esta lección inaugural.
Y como regalo –como regalo de bienvenida a mis jóvenes estudiantes del primer año- quiero dejarles esta noche, un pensamiento. Un pensamiento árabe: al Conde de Orgaz –de ser cierta la leyenda- le habría encantado que yo remate mi clase inaugural con un pensamiento árabe. Un pensamiento árabe que está grávido de incitación, está grávido de normas de conducta y que cada uno de vosotros podrá manejar en la soledad de su conciencia.
Este pensamiento lo olvidarán ustedes mañana. Se harán -y deben hacerse- (son jóvenes y deben ser a veces), comentarios graciosos en torno a él. Pero pasarán los años, y cada uno de vosotros tendrá un momento en la vida de alegría o de tristeza en que –así es la vida-, de pronto… de pronto, harán –queriéndolo o no- un balance de su conducta; ¡esto llega siempre! Y en ese momento -en ese momento, no ahora- reflorecerá este simple pensamiento que puede ser para ustedes –y lo será-, el que alumbre el camino, guía que oriente y espejo –y espejo- que ustedes tendrán siempre frente a sí y, que al hacer el balance que me refiero, devolverá a ustedes la imagen –no de la máscara- sino del verdadero rostro de ustedes.
Y entonces sabrán, al mirarse en el espejo de este pensamiento, si han llevado la conducta adecuada, la conducta que conviene a los hombres o no.
Y el pensamiento dice así: “Cuando nace el niño, lanza su primer llanto y todos los que le rodean se miran gozosos y sonríen. Procura conducir tu vida de tal modo que al morir, tú puedas sonreír mientras los demás lloran”.
Muchas gracias.
(Enviado a DC Penaflor por el camarada Jorge Coopman Jorge)
1 comentario:
Yo no estuve en el auditorio de la Escuela de Derecho, escuchando al rector Stitchkin en esa ocasión, pero fue una clase magistral que leí después en un apunte "mimiografiado".
¡Gran rector, gran clase magistral, gran repercusión pública y reporteada ampliamente en el Diario El Sur de la época!
Hermoso recuerdo para mí, gracias
ESTEBAN CASSOT ROJAS
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