El diputado Gabriel Ascencio ha enviado una carta a los militantes llamando a construir una Democracia Cristiana para todos. Lo inspiran Bernardo Leigthon, Jaime Castillo Velasco, Eduardo Frei y Renán Fuentealba. Lamenta ver a nuestro partido dividido en grupos que luchan despiadadamente por imponerse, los unos sobre los otros. Llama a terminar con todo esto, acabando con las descalificaciones y los lenguajes de la guerra. Unidos, sólo unidos, podremos servir al pueblo.
No podemos estar más acuerdo con él.
Para que haya un partido poderoso y de vanguardia hay que volver a leer a Jaime Castillo Velasco. Este señalaba con fuerza que el partido demócrata cristiano debía estar galvanizado por una “homogeneidad doctrinaria indispensable. El carácter modelador de la organización se hace patente. Sus miembros dejarán de ser correligionarios para ser militantes, es decir, soldados de una causa muy exigente. La disciplina será férrea y el sentido de unidad, profundo. Ahora habrá no sólo un mero ganar batallas electorales, sino una misión concreta: realizar en plenitud desde el poder las concepciones del Partido”.
Un partido sin unidad profunda y disciplina férrea está llamado a ser destruido.
La historia de la Democracia Cristiana demuestra que un partido unido es capaz de grandes cosas, como uno dividido termina siendo herido por sus adversarios y conducido a la derrota. Cuando se dejan hacer y se dejan pasar reiteradas acciones de indisciplina y organizaciones paralelas, nuestra historia demuestra que el daño a la comunidad e institucionalidad partidarias devienen gravísimas. Así ocurrió en 1969.
Del mismo modo, la democracia chilena supone partidos cohesionados apoyando a sus autoridades públicas. Don Eduardo Frei Montalva, al despedir del gobierno en 1970, con la vista puesta en sus camaradas parlamentarios les dijo: “Quiero expresar también mi gratitud al Partido Demócrata Cristiano, sin cuyo apoyo no habría podido gobernar. Como entidad política joven ha sufrido el duro choque de la responsabilidad del Poder; y muchas veces el país ha visto más sus fallas que sus virtudes. En los hechos ha demostrado mayor disciplina y unidad para asumir las responsabilidades que muchos de los que lo critican; y, en definitiva, ha sido siempre leal al país, al pueblo y a su gobierno”.
Lo que especialmente aprendimos entre 1964 y 1970 fue que la Democracia Cristiana no puede faltar a su palabra cuando dice apoyar a un candidato a la Presidencia de la República y propone un programa de gobierno. Cuando ella dice que forma parte de una coalición política, no puede pactar con la otra y cuando dice que apoyará a un gobierno en las buenas y en las malas, así lo hará pues, ¿Quién confiaría en alguien que dice una cosa y hace otra? ¿Quién creerá en una comunidad que apoya a sus autoridades cuando a ellas les va bien y les da la espalda cuando ellas se debilitan?
Lo anterior, demás estar decirlo, no significa obsecuencia, como bien lo sabe el diputado cuando defendimos mantener la construcción del puente sobre el canal de Chacao, apoyándolo codo a codo. Pero es el gobierno quien toma las decisiones finales, no nosotros. No entenderlo así es volver al gobierno de los partidos políticos que la ciudadanía condenó tan duramente en el pasado.
Don Bernardo Leighton, cultivó siempre la fraternidad, lo que no significase que fuese débil cuando tenía que ser fuerte. Don Bernardo, cuando algunos se retiraron del partido en 1971, señaló que "... cuando los que se fueron sostienen que el Partido es un instrumento que no sirve, no saben, parece, lo que ha costado formar este instrumento. Años y años; miles y miles de hombres y mujeres; viejos y jóvenes sacrificándolo todo, desde el tiempo restado a sus labores o a su hogar, a su mujer o a sus hijos, a sus padres, hasta bienes materiales que se perdían, sentimientos que se callaban, esfuerzos que se aunaban. Para formar un partido de esta magnitud, amigos míos, ha habido mucho esfuerzo humano acumulado. Tenemos que conservarlo intacto, como decía Narciso Irureta".
Consciente de su historia, de sus éxitos y de sus derrotas, y particularmente de su declive político electoral en los últimos años, esta Directiva buscó siempre el entendimiento y no el enfrentamiento al interior del partido, fomentando además el pleno funcionamiento de nuestros órganos deliberativos. Prueba de lo primero son las propuestas de constitución unánime del Tribunal supremo y Comisión Organizadora del Congreso Nacional, de la cual el diputado es miembro. Prueba de lo segundo es que la Junta Nacional y el Congreso Nacional adoptaran casi todas las decisiones por unanimidad.
Sin embargo, esta política no logró evitar que, en innumerables oportunidades, nos hayamos enfrentado a los dichos y acciones que han faltado gravemente a la fraternidad partidaria. Basta sólo mencionar los dichos del camarada Zaldívar al ser enjuiciado por el Tribunal Supremo en julio del presente año. En aquella oportunidad se le sancionó por insertar en la prensa un escrito claramente atentatorio contra la política y acuerdos oficiales del partido. Lamentablemente, el fallo del 31 de julio, amonestando al camarada Adolfo Zaldívar, no significó un cambio de comportamiento político por parte de él.
Más aún, al firmar, publicar y ejecutar un acuerdo con todos los senadores de la oposición, el senador Zaldívar ha persistido en atentar contra una línea política fundamental del partido, cual es, su compromiso y apoyo a la Presidenta de la República, Dra. Michelle Bachelet y a la coalición política gobernante. Esta posición ha sido invariablemente ratificada por tantas las instancias partidarias. Sin embargo, mediante declaraciones reiteradas y acciones mancomunadas, tal política de alianza es públicamente cuestionada por el camarada senador.
Peor aún, ahora nos ha acusado de ser parte de “una asociación ilícita que defiende la corrupción”. ¿Qué clase de autoridad partidaria seríamos si dejáramos hacer y dejáramos pasar estas actitudes políticas y dichos difamatorios? Debíamos actuar, no por nosotros, sino que por el partido. Así lo entendió la abrumadora mayoría del Consejo Nacional de la Democracia Cristiana quién aprobó la suspensión del camarada senador.
La Directiva Nacional entiende que su primer deber es mantener la comunidad pluralista y organización política que se la confiado. Para realizar esta función es nuestra tarea respetar y hacer respetar los Estatutos del partido y las decisiones que conforme a ellos toman los órganos competentes de la conducción política. Una comunidad dividida en facciones está condenada a ser destruida, del mismo modo que una organización que carece de autoridad no puede sobrevivir. La democracia interna de una comunidad pluralista se vive al momento de deliberar y tomar las decisiones; pero una vez adoptadas, debe ser una sola al ejecutarlas, volviendo el momento de la unidad interna y la total cohesión externa.
Aquí no hay dos fracciones enfrentadas. Lo que hay es la institucionalidad de un partido político que hacer valer sus derechos, impone la disciplina y realiza su tarea; aún pagando los más altos costos y enfrentándose a las más altas autoridades de la república pues, como lo dijo Radomiro Tomic y lo ha recordado nuestra presidenta Soledad Alvear, nadie es más grande en el partido que el propio partido.
Sí, en la fraternidad democratacristiana, se despide de ustedes
Sergio Micco Aguayo
Primer Vicepresidente de la Democracia Cristiana de Chile
Puerto Montt, 8 de diciembre del 2007
No hay comentarios.:
Publicar un comentario