miércoles, 12 de diciembre de 2007

ES LA HORA DE CONCILIAR EN VEZ DE EXACERBAR


EDUARDO FREI RUIZ-TAGLE

PRESIDENTE DEL SENADO


En los últimos días la Democracia Cristiana ha vuelto a hacer noticia por sus graves problemas de convivencia interna. Lamento profundamente que una vez más nos encontremos en esta desagradable situación, que le hace un daño enorme a la Concertación, al Gobierno y a Chile.

En lo personal me resulta extremadamente doloroso constatar que un partido que en su momento interpretó cabalmente las aspiraciones y esperanzas de millones de chilenos, hoy se encuentre viviendo un proceso de profundo debilitamiento. La ciudadanía bien sabe que los últimos acontecimientos no son más que el producto de un largo período de descomposición interna, generado por la confrontación permanente de dos facciones que actúan en beneficio de proyectos personales.

En mis últimas intervenciones, tanto en la Junta Nacional como en el Congreso Ideológico, pedí expresamente a Soledad Alvear y a Adolfo Zaldívar que pusieran término a los continuos conflictos que han protagonizado. También pedí a ambos mayor generosidad para lograr un entendimiento razonable, con la finalidad de que el partido contara con una dirección que respete e integre a las minorías y una minoría que acate los acuerdos de las instancias regulares del partido con lealtad y disciplina.

Los hechos demuestran que ninguno de las partes involucradas parece estar dispuesto a hacer ese esfuerzo. Lejos de tomar conciencia de la crisis a la que han arrastrado al partido y, además, lejos de actuar con espíritu constructivo y conciliador, con sus últimas y públicas diferencias sólo han contribuido a estimular nuestro desangramiento. Peor aún, todo parece indicar que éste será sólo un episodio más entre otros que han ocurrido antes y los que seguramente vendrán después.

En este sentido, quiero dejar muy en claro que no comparto las actitudes polarizantes ni de uno ni de otro sector. Es la hora de colocar el interés de largo plazo de la DC por sobre la ambición grupal o personal. Por eso, una vez más reitero la necesidad de que el partido avance hacia una mesa integrada. Así lo hice cuando fui presidente de la Democracia Cristiana y no es casualidad que en aquella época hayamos obtenido una votación largamente superior a las conseguidas en las últimas elecciones, ya sean parlamentarias o municipales.

Con este panorama interno es bien claro que el partido no va a ser percibido como una fuerza política capaz de dar gobernabilidad o de ofrecer un sólido proyecto de desarrollo político, económico y social al país. Hoy la ciudadanía crecientemente nos ve como una desgastada y desprestigiada maquinaria electoral, distante de la gente y al servicio de intereses personales. Si continuamos por la senda de resolver nuestras diferencias por la fuerza, y si no somos capaces de entregar un testimonio de servicio público honesto, desprendido y funcional a las necesidades de la población, la Democracia Cristiana terminará por desaparecer.

Hoy la palabra la tiene el Tribunal Supremo del partido. Confío que sus integrantes actuarán con sabiduría y criterio. Para todo el partido, pienso que este es un momento para sumar más que restar, para conciliar más que exacerbar divisiones.

Por último, quiero expresar que comparto la preocupación y el dolor que en los últimos días me han planteado numerosos militantes y simpatizantes de la Democracia Cristiana. A ellos les reitero que siempre estaré dispuesto a colaborar en la búsqueda del entendimiento, el diálogo fraterno y para construir un partido abierto, amplio y generoso que interprete fielmente el sentir de la gente y las ideas y valores que inspiraron a nuestros fundadores.

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